Esto no es una reseña de ‘Tierra de mujeres’, de María Sánchez
Algunas cosas inconexas y egoístas que se me vinieron a la cabeza al terminar el nuevo libro de María Sánchez
Nunca había tocado un animal. No exagero: hablo de tocar de verdad, con la palma de mi mano, consciente de que eso era otro ser vivo, que dentro tenía sangre, y que esta estaba tan caliente como la de mi propio cuerpo, aunque tal vez en esa época yo tampoco supiera nada de mi propio cuerpo. Vuelvo a empezar: nunca había entendido a un animal. Para mí una vaca era eso que ocurría en la ventana del tren entre mi casa y la de mi abuela a más de seiscientos kilómetros de distancia. Una cabra era un dibujo animado. Un caballo era algo tan real a un unicornio. Y un cerdo, pobre de él, era lo que descansaba troceado sobre mi plato a la hora de comer. Vivir en la periferia del mundo — aquella ciudad, por cierto, algo inmunda — , rodearme de aquella lejanía no era sinónimo de conocer los bordes. Teniendo el mar a un lado y el desierto al otro, lo más parecido al campo que mis ojos podían ver era un mar de pitas tostándose al sol, un kilómetro cuadrado de tomates refugiados bajo un plástico y algunos insectos, gaviotas o hasta jabalíes escuálidos — la mayoría atropellados — del Parque Natural. Nunca había pisado el campo. Corrijo: nunca lo he entendido, jamás lo he transitado. Mi vida ha sucedido entre ciudades de playas turísticas, capitales grises y los aviones low-cost-contaminantes que las unían. Con ese historial, ¿cómo podía haber algo de lo que María Mercromina — aquí celebro nuestros nicknames de la veintena, porque también son nuestra historia íntima — que me interesara lo más mínimo, ella que desde el otro lado de la pantalla hablaba de pieles y pelajes, de injertos y bisturíes, de cuerpos llenos de una sangre caliente que yo ni siquiera podía imaginar? Esa fue una de las muchas preguntas que me hice en una época en la que el único animal que conocía — Delhi, esta gata calicó que se había colado en nuestra casa — enfermó, y en la que, urbanita acomodada de mí, sólo se me ocurría una persona a la que preguntar por su estado: María Sánchez, no la poeta — en realidad sí — , la veterinaria. Ocurre que cada vez que escucho su voz en la radio, o que leo un artículo, poema o página en el que ella escribe “la mano que cuida” — lo reconoceréis en seguida, y ese debería ser urgentemente el título de su obra completa — , se me viene a la imagen aquella primera conversación de WhatsApp donde su mano ausente fue capaz de cuidar a una Delhi que además empezaba a ser la protagonista de mi propia colección de poemas sobre el desconocimiento de lo animal. Los de María Sánchez, por cierto, estaban gestándose ya desde hacía mucho, cuidándose ya desde hacía mucho, en el documento que más tarde sería Cuaderno de campo, quizá el libro de poemas más influyente de los últimos años en nuestro país. Es imposible pensar en Sánchez sin ese Cuaderno de campo. Es imposible pensar el presente literario de España sin esos versos, como también se me atraganta saber que su primer libro no haya sido merecedor de ninguno de los premios estatales a los que entre 2017 y 2018 optaba. Una muestra de que a veces el lector es más ávido que la crítica establecida. O un indicio de que eso que desde Seix Barral llaman “ensayo” — su recientísimo Tierra de mujeres, que salió a la venta ayer pero que ya ocupa todos los medios culturales y fotografías de Instagram — es en realidad otro golpe de rebeldía sobre la mesa. No tanto un ensayo como manifiesto poético y feminista. No tanto un manifiesto como un making-of de su afamado Cuaderno de campo. No tanto una recreación de los temas de su primer libro como una confirmación de que esos temas sólo pueden ser narrados por ella. Y no tanto por ella, sino por ellas. Y no tanto por ellas, sino por todas nosotras. Sí, nosotras. Porque yo que nunca he tocado un animal que no sea un gato doméstico me siento interpelada en Tierra de mujeres. No conozco al alcornoque, ni al hocico de la cabra, ni a las venas de las piernas de una abuela que recogía aceitunas. No conozco nada de eso pero sí sé de la última y mejor de las metáforas que puedo extraer de este libro de María Sánchez: la genealogía. O como expone ella misma a través del ejemplo de una amiga-mamá de Córdoba: la pregunta sobre quién fue la primera de las mujeres. En un mundo obsesionado por honrar a tan distintos y vengativos “creadores”, ¿quién fue la madre? ¿Quiénes fueron nuestras madres? ¿Y por qué no aprovechamos esta oportunidad para reivindicarlas? Tierra de mujeres es todo lo que no conozco y al mismo tiempo todo lo que amo: mi bisabuela comadrona, mi abuela profesora de Literatura, mi madre historiadora, ellas, yo, nosotras, todas distintas, junto a María Sánchez, la mano que a fuerza de reivindicar su cultura rural, también logra reunirnos y cuidarnos a todas.