11 jóvenes novelistas francesas (y su gran revolución)
A lo largo del último año, tanto los grandes como los pequeños sellos editoriales franceses han publicado casi por primera vez a escritoras nacidas a finales de los 80 y principios de los 90. ¿Están buscando a su Sally Rooney patria o se trata simplemente de un necesario relevo generacional?
11 nombres a tener en cuenta
Por ejemplo Nina Leger (1988), que con veintinueve años publicó su segunda novela, Mise en pièces, en la gigante Gallimard, y se hizo con varios premios relevantes, como el Anaïs Nin y el Prix de la Vocation. El libro fue un éxito en ventas, además de polémico, después de que un crítico intentara afear su trabajo —llamándolo ‘ordinario’— en un célebre programa de TV.
Por ejemplo Pauline Delabroy-Allard (1988), que nada más cumplir los treinta se quedó a las puertas del Premio Goncourt, convirtiéndose en una de las escritoras más jóvenes en optar al mismo gracias a Ça raconte Sarah (en la mítica Editions de Minuit), un texto muy codiciado en la última feria de Frankfurt, que en España terminó por comprar y publicar Lumen, cosechando grandes críticas y comparaciones con Marguerite Duras.
Por ejemplo Alexandra Dezzi (1988), mitad del corazón del antiguo grupo de rap feminista Orties, Dezzi ha sido elegida como una de las “escritoras más cool” de Francia — en una lista donde podían verse otros nombres como el de Frédéric Beigbeder — tras la publicación de Silence, radieux (Éditions Léo Scheer) una novela de amor y de política que según las leyendas del mundillo editorial fue gestada en el apartamento que le prestó su amigo Houellebecq. Los mails que se cruza con el autor de Serotonina al final de la novela pueden ser prueba de ello. El próximo enero de 2020 Dezzi dará el salto, además, a la gran editorial Stock con su segunda novela.
Por ejemplo Hélène Zimmer (1989), que acaba de regresar al catálogo de P.O.L, justo un año después de la muerte trágica de su editor, con Vairon, una historia sobre ser mujer a finales del siglo XIX, que se aleja en estética — una novela de época, aunque narrada con unas frases cortas, potentes y directas a lo Valérie Mrejen — pero no en fondo — personajes complejos, devastados — de su primer libro, la fábula moderna Fairy Tale.
Por ejemplo Leïla Bouherrafa (1989), otra debutante durante la pasada primavera, que en vez de la intensidad y la crudeza eligió el humor y el descaro para La dédicace, una novela que sin duda es la apuesta de Allary para su catálogo arriesgado y joven, con la que pone en primera línea a una autora que además no tiene miedo a criticar la industria editorial desde dentro.
Por ejemplo Cécile Coulon (1990), prolífica narradora — publicó la primera novela a los diecisiete, y desde entonces van otras cinco — que ha tocado todos los géneros, y que en 2018 enfadó a medio mundillo literario tras ganar el Prix Apollinaire — equivalente al Goncourt en materia poética— quizá por el simple hecho de ser mujer, tener recién cumplidos los veintiocho en aquel entonces, y haber vendido miles y miles de ejemplares de su poemario. Esta rentrée de septiembre su nueva novela Une bête au paradis (Iconoclaste), está causando sensación. Como siga la misma suerte que su poesía, puede que estemos ante la autora más popular de su quinta.
Por ejemplo Joffrine Donnadieu (1990) que en esta última rentrée se estrena con el que prometen que será el libro polémico de la temporada en Francia. Su título ya promete generar contradicciones en la mente del lector: Une histoire de France (Gallimard) pues se trata efectivamente de una historia de la miseria en la Francia contemporánea, aderezada con escenas de violencia sexual hacia una menor por parte de su vecina, varios años mayor que ella. En algunos puntos de la lectura, se hace tan desagradable que deseas parar. Tal vez esa sea la metáfora de la desprotección y la precariedad a la que las nuevas generaciones se enfrentan el el país vecino.
Por ejemplo Capucine Johannin (1991), coautora junto a su marido Simon de Nino dans la nuit, una de las novelas más celebradas de este 2019 y publicada en la exquisita casa de Allia. Si bien ella ya había estado presente en los procesos de escritura de las anteriores novelas de su pareja, es con esta nueva novela —un texto alucinado, lleno de personajes libres, politizados, drogados y diferentes— que su nombre aparece en la autoría. Según cuentan los dos en las entrevistas, ella se encarga de los guiones, de las tramas, de la construcción de personajes… y él de darle forma a todo. Nino dans la nuit es un curioso experimento que aparecerá en España a lo largo del año próximo.
Por ejemplo Blandine Rinkel (1991), que como Alexandra Dezzi viene del mundo de la música, concretamente del grupo indie Catastrophe. Acaba de publicar su segunda novela, Le Nom secret des choses (Fayard) que está teniendo una buena acogida en los medios. Con su primera novela, también una apuesta de Fayard, se quedó a las puertas del Goncourt a la Primera Novela. Además de su faceta como escritora y música, Rinkel también ha trabajado como periodista y en el mundo del cine.
Por ejemplo Inès Bayard (1992), que en la rentrée del pasado septiembre sorprendió a muchos al publicar, con veintiséis años, Le malheur du bas (en la otra gigante Albin Michel), una historia que parte de una violación y que intenta poner el foco en las secuelas que esta deja para siempre en la mente y en el cuerpo de una joven víctima. El libro se tradujo al español en Perú, bajo el título El dolor de mi sexo.
O por ejemplo Louise Chennevière (1993) autora de la deliciosa novela Comme la chienne (P.O.L.). Un texto lírico y visceral, que la crítica ha recibido con sorpresa, llegando a compararlo con la narrativa de Monique Wittig y Annie Ernaux.
¿Están buscando en Francia a su Sally Rooney?
Desde 2017 y hasta la rentrée de este septiembre, las editoriales francesas han empezado a mostrar un interés mucho más grande hacia algunas firmas muy jóvenes y con nombre de mujer. Si partimos de la base de que en Francia complejo publicar — ya sea poesía, ensayo o narrativa — siendo menor de treinta años, que de pronto las mejores editoriales del país cuenten en sus catálogos con autoras nacidas entre 1988 y 1992 es el síntoma de que algo está cambiando. Tal vez tenga este cambio tenga algo que ver con una impaciencia mucho más común a los panoramas extranjeros que, como en España, parecen decididos en encontrar de una vez a sus bestsellers millennials. Si en 2016 Estados Unidos dio con dos autoras — Emma Cline y Yaa Gyasi, ambas nacidas en 1989 — a las que no se tardó en tachar como “la voz de su generación”, en 2017 y 2018 ha ocurrido lo mismo en Irlanda con Sally Rooney, una escritora nacida en 1991 cuya novela Conversaciones entre amigos (Literatura Random House) ha sido el punto de partida de una nueva ola de narradores irlandeses que comienzan a hacer mucho ruido, acaparar traducciones y rondar los puestos finalistas de importantes premios.
¿O se trata de un simple relevo generacional?
Aunque Sally Rooney parezca la punta de lanza de esta generación para la editora de Lumen, María Fasce, sería un error decir que su éxito justifica una tendencia: “el fenómeno de Rooney, que aquí no fue tan impresionante como en Inglaterra, en realidad no responde a una tendencia nueva sino a una tendencia que se viene dando desde hace unos años”. A Fasce le sorprende que hoy nos quejemos de que las escritoras no merecen la misma atención que los escritores, pues en su opinión “los editores, en todas partes del mundo, prestamos especial atención a las mujeres escritoras, y sobre todo, a las escritoras jóvenes que con sus primeras novelas ya muestran que tienen un mundo propio”. Para ella, lo que está pasando con las autoras noveles tiene que ver también con el interés y la necesidad de recuperar y redescubrir clásicos y genios desconocidos e ignorados por el machismo de la industria, como ocurrió con Lucia Berlin: “el fenómeno de Sally Rooney entronca con el de Emma Cline o Maylis de Kerangal, por citar dos ejemplos: son autoras que tienen un imaginario propio y un estilo único. En mi caso, tuve esa revelación con Ottesa Moshfegh, a quien publiqué en Alfaguara en el mismo año que a Lucia Berlin”.
Precisamente, para Jesús Rocamora, editor en Seix Barral, el hecho de que alguien utilice fórmulas como “la nueva Sally Rooney” o “la nueva Lucia Berlin” es equivalente a que esos nombres se han convertido en un fenómeno. Pone como ejemplo el caso de Nicole Flattery, a quien ya le ha caído la etiqueta de “la nueva Rooney” incluso si pertenece a su generación y su nombre no se ha dado a conocer al gran público. Pero es que según Rocamora el caso de Rooney es excepcional, puesto que se trata de “un fenómeno de lectores y un fenómeno interno en la industria, pero no tengo tan claro que haya conseguido salir del circuito literario, que haya llegado al gran público”. Carme Riera y Albert Puigdueta, editores en Literatura Random House, conocen bien a los lectores de Rooney y saben lo complejo que es que una primera novela de un autor desconocido llegue tan lejos “es cierto que se hace difícil encontrar catálogos con autores de menos de treinta años que tengan buena acogida entre prensa y lectores. El tiempo ha pasado también para los sellos que los tuvieron en su día y esas nuevas promesas son ya autores marca”. Pero tienen claro, como Fasce, que la búsqueda de nuevos talentos femeninos no responde sólo a una moda reciente, sino que ha sido constante en la última década: “siempre ha habido editores a la búsqueda de talento joven, una muestra clara de ello es Caballo de Troya, que nació hace quince años bajo la dirección de Constantino Bértolo. Él publicó las primeras novelas de autoras como Elvira Navarro o Marta Sanz, firmas ya consagradas que se dieron a conocer sin haber llegado a la treintena, o la emergente ganadora del Premio Herralde, Cristina Morales”.
Francia, un país de celebridades literarias
Genealogía y nueva ola. Esa parece la norma y la lucha dentro y fuera de las industrias europeas. Lo reclamaba así la periodista Clara Morales en referencia a los últimos intentos de la prensa cultural por impulsar a las voces españolas de los 80 y los 90: María Sánchez, Lucía Baskaran, Aixa de la Cruz, Elisa Levi… Genealogía y nueva ola es también el reclamo dentro de un panorama como el francés, tan reacio a reconocer a voces muy jóvenes antaño —salvo excepciones, como pudo ser Marie Darrieussecq con sus Marranadas en 1996, o más recientemente Tristan Garcia, Leïla Slimani o Édouard Louis—, pero abierto hoy a publicar no sólo primeras novelas sino también obras que permitan consolidar el trabajo de escritoras que llevan décadas trabajando con menos atención mediática que la que todavía reciben los hombres, o directamente en la sombra.
De hecho, para el periodista francés Thomas Deslogis una de las mayores dificultades que tiene un escritor joven para consolidarse en Francia no es el primer reconocimiento de los lectores o de la crítica, sino el de los medios de comunicación mainstream: “hay que tener en cuenta que Francia es especial, aquí algunos escritores son absolutas estrellas (Houellebecq, sí, pero no sólo él) y es raro que haya tantos en el mismo país con esa atención mediática. Somos un país de letras. Pero Houellebecq tiene ahora el monopolio de la literatura universalista. Ningún joven puede ocupar ese lugar ahora mismo, y suele ocurrir que los que tienen éxito estén demasiado marcados por su categoría social, por su estilo de escritura o por esa cosa o demasiado pija-parisina, o demasiado alocada. Nada de carácter universal. Lo que es bastante representativo de un problema francés más general”. Deslogis, que ha escrito mucho sobre las nuevas tendencias literarias alrededor del mundo y que busca constantemente lo que escritores de su generación y de su país tienen que decir, también cree que Francia sí que necesitaría con urgencia una figura potente como “la Sally Rooney de la novela francesa”, o como la “Laura Bates del ensayo francés”, o incluso como “la Rupi Kaur de la poesía francesa”… “pero eso no ha pasado aún, ni con Pauline [Delabroy-Allard], ni con ninguna de estas otras escritoras”.
Es difícil juzgar desde el país vecino, pero leyendo libros como La dédicace Vairon o Silence, radieux, uno puede encontrar cierto vínculo que va más allá de la coincidencia de años de nacimiento, nacionalidad o género. Como explica el periodista Eudald Espluga a propósito de fenómenos como el de Rooney, “cuando apareció se convirtió en la autora millennial que la industria editorial no sabía que necesitaba, y que ahora cree necesitar más que nunca. Pero lo cierto es que desde que salió su nombre se insistió mucho en el hecho generacional, cuando creo que lo más importante para explicar su éxito no es lo estrictamente referido a la época, sino el enfoque y la inteligencia con la que aborda ciertos temas que torpemente se consideran millennial: transformaciones en las relaciones socioafectivas, la precariedad, la realidad del cuerpo femenino, etc”.
Quién sabe. ¿Quizá nos encontremos ante la revolución de las novelistas francesas que la industria editorial, y sobre todo los lectores, no sabíamos que necesitábamos pero que en realidad necesitaremos más que nunca? Confío en que sí.