Una Sylvia, todas las Sylvias

Recupero este texto que sirvió como prólogo para ‘Magia cruda’, la biografía de Sylvia Plath escrita por Paul Alexander en los noventa pero publicada en 2017 en España por la editorial Barlin Libros. Evidentemente, algunas de las cosas que dije en este texto hoy las habría escrito de otra manera, algunas me parecen una obviedad y otras no son precisas. Pero he querido hacer pública esta lectura leve de su vida porque estos días el nombre de Plath resuena en Internet gracias a la publicación en Filmin del documental ‘Dentro de la campana de cristal’. Gracias,

Luna Miguel
6 min readMay 16, 2021

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UNA SYLVIA, TODAS LAS SYLVIAS

Un frío enero de 1962 las contracciones del útero de Sylvia Plath dieron paso al nacimiento del niño de tres kilos y medio que durante nueve meses habitó sus entrañas. Aquel bebé era Nicholas Hughes, su segundo hijo. A pesar de los empujones y del dolor, Plath lo miró a los ojos y se sintió satisfecha de aquella piel rosada, de aquella carne nueva. Lo cuenta ella misma en sus diarios: durante horas, se quedó extasiada. Sentía que el sudor había dado sus frutos, que todo esfuerzo habría merecido la pena por ese momento cálido. Por ese murmullo. Por ese olor. Por esa felicidad.

Qué extraño, ¿verdad?

Qué raro se hace aunar en un mismo texto el nombre de Sylvia Plath y la palabra Felicidad. Parece que la amistad entre esos dos conceptos sea imposible. A saber: el concepto Felicidad evoca euforia y alegría, mientras que el concepto Sylvia Plath nos recuerda inevitablemente a la depresión, la inseguridad, la locura e incluso la muerte. Pero Plath, la poeta maldita, la poeta suicida y de versos crudos, también llegó a ser feliz en múltiples ocasiones. Y eso es algo de lo que apenas se habla, quizá porque desde que la escritora se suicidara en 1963, todo cuanto gira a su alrededor tiene tintes oscuros.

Porque, ¿quién fue realmente Sylvia Plath?

Eso es algo que difícilmente alcanzaremos a adivinar.

Podríamos decir que Plath fue una poeta estadounidense que encontró el amor en Reino Unido y que escribió poemas difíciles con los que hacía vomitar a su conciencia, pero también la sosegaba. Podríamos decir que Sylvia Plath fue una madre ejemplar, salvo por el pequeño detalle de que un día, cansada de las infidelidades de su marido, encerró a sus hijos en su habitación para asegurarse de que no se la encontraran muerta, con la cabeza en el horno. Podríamos decir que Sylvia Plath fue una desgraciada toda su vida, pero no porque ella fuera altiva — o gafe o, como dicen, estuviera mentalmente enferma — , sino porque su carácter exigente chocaba con ese mundo misógino y esa sociedad restrictiva que le había tocado soportar. Podríamos decir que Sylvia Plath fue “una mujer adelantada a su tiempo”. O que quizá hubiera sido más justo para ella haber nacido en otra época en la que sus anhelos fueran más, cómo decirlo, ¿realizables?

Es cierto, nunca sabremos nada de Sylvia Plath.

No lo haremos porque su vida siempre ha sido mirada desde un prisma particular: el de la locura, el de la maternidad, el de la poeta maldita, el de la mujer maltratada de Ted.

De hecho, será muy difícil que conozcamos a la poeta Plath, si ella misma, aún en vida, no llegaría a enfrentarse ni por asomo a ese profundo reconocimiento y fanatismo que hoy se le profesa.

La Sylvia Plath de hoy no es la Sylvia Plath de entonces.

La Sylvia Plath-icono del feminismo no es la Sylvia Plath bajo el yugo del patriarcado.

La Sylvia Plath-corriente literaria “femenina” no es la Sylvia Plath de un masculino Ariel.

La Sylvia Plath-mujer maldita no es la Sylvia Plath que sólo quería vivir, escribir y ser junto a sus seres amados y en su tranquila rebeldía.

Quizá por esa razón, para poder estudiar a la Plath de entonces antes de seguir inventándolos o adorando a las Plaths idealizadas del presente, sea tan importante el trabajo de ensayistas como el que firma el libro que nos ha traído hasta este lugar.

No contento con las versiones y revisiones de la vida de la poeta que se venían dando en la crítica y en el periodismo, y fascinado también por la obra de Sylvia Plath — de la que además fue editor — , el autor estadounidense Paul Alexander se decidió a escribir Magia cruda, una biografía extensa y única hasta la fecha de Plath, en donde intentaría ahondar en los episodios menos conocidos de su paso por el mundo.

De esta manera, Alexander hizo algo que pocos hasta la fecha habían hecho: construir un relato de Sylvia Plath que fuera más allá de su personalidad o de su obra, y sobre todo que fuera mucho más allá de su relación tumultuosa con Ted Hughes.

Aunque en el prefacio de Magia cruda Alexander ya se posiciona en esta eterna lucha — pelea que huele a preguntas infantiles del estilo a ¿a quién quieres más, a mamá o a papá?, ¿a quién quieres más, a Sylvia o a Ted? — a favor de Plath y con escepticismo hacia los del apellido Hughes, una de las cosas más brillantes de su biografía es su capacidad para dar una visión global y no sesgada de los capítulos de la vida de la poeta que aborda.

Este libro, publicado originalmente en 1991, vio la luz por primera vez 7 años antes de que Ted Hughes muriera, y también mucho tiempo antes de que el Nicholas Hughes, hijo de ambos, decidiera suicidarse tal y como lo hizo su madre.

Para Paul Alexander una de las claves del análisis de la vida y obra de Plath fue la familia, de hecho, él construye su relato a través de cerca de trescientas entrevistas a escritores, editores, estudiosos y, sobre todo, familiares de la autora. Según él, Sylvia Plath no sería quien fue sin la influencia de sus abuelos, su madre y, sobre todo, de su padre, una figura fundamental no ya en su día a día sino también como sombra latente y temida entre el resto de sombras que rondaban su obra.

Otro de los grandes logros, conscientes o inconscientes, de la biografía de Paul Alexander es el de abordar el retrato del mundo Plath desde la felicidad.

Una felicidad construida a base de escenas cuidadas.

Una felicidad que el mito de la poeta a menudo borró del mapa, pero que residió en pequeños detalles que Alexander remarca: su amor heredado por las abejas, su pasión por exponer su cuerpo al sol de las playas estadounidenses, su reducido y agradable grupo de amigos escritores, la primera carta de un importante editor anunciando que publicaría sus poemas, y cómo no, el nacimiento de sus dos hijos después de haber tenido que enfrentarse a un triste aborto.

Magia cruda, de hecho, podría haberse titulado también Alegría oscura, o Felicidad cruda, o incluso Sonrisa rota. Una bipolaridad que define a la perfección el mundo de la poeta. Un bonito horror que se ajusta a la imposibilidad de hablar de ella desde la certeza o la claridad. Un mundo que si es oscuro es sólo por la amplia variedad de grises que este comprende.

Mágico como un útero.

Crudo como un parto.

Y acto seguido: las entrañas de Sylvia Plath.

Luna Miguel. Barcelona, enero, 2017

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